Mi nombre es Miguel, y Mas Torrencito, mi hogar, es mucho más que una masía en el corazón de l’Empordà. Es un rincón mágico donde las almas encuentran calma, donde el tiempo parece detenerse y donde, durante 16 años, una presencia especial llenó de luz cada rincón. Esa presencia era Manuela, mi compañera fiel, mi amiga, mi maestra. Hoy, sin ella, siento que el mundo ha cambiado para siempre.
Manuela llegó a mi vida siendo apenas una cachorra, un torbellino de energía con orejas desproporcionadamente grandes y un entusiasmo desbordante. Recuerdo el primer día que pisó Mas Torrencito. Sus patas pequeñas se hundían torpemente en el suelo, y sus ojos brillaban con una curiosidad casi humana. Desde ese instante, entendí que ella no sería solo una compañera, sino una pieza esencial de mi vida y de este lugar.
Con el tiempo, Manuela se convirtió en mucho más que una mascota. Se volvió el corazón latente de Mas Torrencito. Su presencia impregnaba cada rincón, desde el zaguán hasta los jardines, desde la chimenea hasta los senderos que rodeaban la masía. Cada mañana, era la primera en levantarse. Al abrir los ojos, siempre estaba allí, sentada al pie de la cama, con esa mirada que decía: «Vamos, el día nos espera». Era ella quien me recordaba que había un mundo por explorar, por disfrutar.
Cuando caminábamos por los campos de l’Empordà, Manuela era mi guía. Tenía un don especial para señalar lo que yo, en mi ajetreo cotidiano, pasaba por alto: el murmullo del viento entre los olivos, una nube con una forma curiosa, el sonido de un riachuelo cercano. Era como si ella entendiera que lo importante no era llegar a ningún destino, sino disfrutar del trayecto.
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Manuela también era una anfitriona nata. Los huéspedes de Mas Torrencito la adoraban. Algunos llegaban aquí buscando paz, otros escapaban de la rutina, pero todos, sin excepción, se enamoraban de su carácter. Había algo en ella que conectaba con cada persona de una forma única. Los niños reían sin parar con sus juegos, los adultos encontraban en su calma una especie de bálsamo para el alma. Ella sabía cuándo acercarse, cuándo ofrecer consuelo y cuándo simplemente estar.
El tiempo, sin embargo, no se detiene. Lo supe cuando Manuela empezó a caminar más lento, cuando prefería los rincones soleados para descansar en lugar de perseguir mariposas por el jardín. Sus ojos seguían siendo los mismos, llenos de amor y sabiduría, pero su cuerpo empezó a traicionarla. Aun así, nunca dejó de estar ahí, fiel, hasta su último día.
El día que se fue, algo en Mas Torrencito cambió. El silencio era diferente. Al despertar, mi mirada buscó instintivamente el pie de la cama, pero no estaba. Bajé a los jardines y sentí que algo faltaba. Era como si la masía misma hubiera perdido parte de su esencia. Durante semanas, todo me recordaba a ella: el sonido del viento entre los árboles, el crujir de las hojas bajo mis pasos, incluso las risas de los huéspedes. Manuela estaba en todo, pero al mismo tiempo, ya no estaba.
En sus 16 años de vida, Manuela no solo llenó mis días de compañía y amor. Me enseñó a ser mejor persona. Me enseñó la paciencia cuando yo estaba frustrado, la empatía cuando yo estaba ensimismado, y la alegría en las cosas pequeñas cuando yo estaba atrapado en preocupaciones inútiles. Si no hubiera existido Manuela, creo que sería un hombre diferente. Tal vez más cerrado, más impaciente, menos conectado con la vida.
Ahora, mientras camino por los senderos que compartimos tantas veces, siento su presencia en cada rincón. Ella está en el espíritu de Mas Torrencito, en la forma en que este lugar sigue acogiendo a personas que buscan algo más que unas vacaciones. Manuela les enseñó a vivir el momento, a disfrutar de la calma, a encontrar el amor en las pequeñas cosas. Aunque no esté físicamente, su legado sigue vivo.
Y ahora quiero preguntarte a ti, que lees esto:
¿Qué significan tus peludos para ti? ¿Cómo han cambiado tu vida y quién eres?
Piensa en esos momentos cotidianos que ellos transforman con su amor incondicional. ¿Cómo sería tu mundo sin ellos? ¿Qué te han enseñado que nunca habrías aprendido sin su compañía?
Compártelo, porque sus vidas, como la de Manuela, merecen ser recordadas y celebradas. Porque aunque se vayan, su amor nunca desaparece. Siempre están ahí, en el eco de nuestros recuerdos, en el calor de los momentos compartidos. Y eso, al final, es lo que hace que sigan vivos. 🐾💛
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Dos peluditas han edtado en mi vida. La Fusta, una preciosa «patanera» q empezó la vida con nosotros a sus 45 dias y estuvo con nosotros casi 18 an̈os. La mejor primera companyera peluda de mi vida. Fue una «Camel Tropic» como yo la llamaba.Siempre juntas, montana,playa, avión, barco, autocarabana….era una máquina de pelitos de 8 k. La mejor del mundo. Un dia cerró sus ojitos…Como tu bien dices Miguel, durante mucho tiempo seguir oyendo el ruido d sus patitas.
Al cabo de 5 meses, rescaté a la Lluna con unos 3 meses. Diferente totalmente a la Fusta. Loca, loca, loca. Ya tiene 10 an̈azos y la quiero con locura. Dos perras diferentes, de taman̈o, de caracter, de todo, sí, peró dos compan̈eras de vida.
Todos nuestros compan̈eros peludos nos acompan̈an en nuestra ajetreada vida y gracias a ellos nos hacen ser personas especiales.
Que tingueu un feliç cap de setmana.